martes, 24 de septiembre de 2013
Mi nombre es Harvey Milk (Milk, Gus Van Sant, 2008)
De todas las películas que he visto este verano (y han sido unas cuantas, muchas, demasiadas quizás), la que más me ha gustado es "Mi nombre es Harvey Milk". Me ha emocionado, he reído, he llorado, he sufrido. Todo muy básico, nada sofisticado. Lo normal es que ya que estoy aquí haga una disección crítica de la obra, pero no creo que sea necesario. La caligrafía de esta historia es perfecta en lo que pretende contar. O, mejor dicho, a mí me convence todo lo que me cuenta, me lo creo. Es difícil creerme del todo la mayoría de las películas que visiono. Es evidente que el cine es una adicción, no le hago ascos a nada, pero acabo disfrutando más de lo extracinematográfico que de la obra en sí: alguna sorpresa en el reparto, alguna referencia a otras películas, una canción que sale por ahí, afán completista por algún autor,... Las excepciones son las excepcionales, las güenas: para mí, por supuesto. Y cada vez son más raras, porque igual es "Los Vengadores" (los de la Marvel) que "Tropic Thunder" o "El cielo abierto" o "Los sobornados" o "Top Secret"... ¿Y qué tienen en común títulos tan dispares? La emoción. Te ríes o lloras, sufres o disfrutas. Te identificas, empatizas. Bien, pues eso es lo que he encontrado en "Milk".
Y si tengo que ser más concreto: Sean Penn no es Sean Penn, es Harvey Milk. Penn es un actor reconocido y reconocible pero aquí no es él, es su persona. Los gestos, la voz, su presencia es un prodigio de interpretación, es mágico. Lo he visto muchas veces pero nunca como en esta película. Ha sido como redescubrirlo.
Otro aspecto que me gana: hay mucha luz en la película, mucha alegría y felicidad aun cuando la historia que cuenta es terrible. El contraste entre esa luz, que representa el concejal, y las tinieblas, esa turba intolerante que quiere pagar sus frustaciones con los demás, te encoje el corazón en cada momento. Hay una tensión dramática que resulta catártica cuando el bien triunfa. Y terrible cuando el mal hace presencia.
Es un juego de absolutos, apenas hay claroscuros en este retrato buenista. Las debilidades de Harvey Milk son tapadas por la fuerza de su carácter. Y esto puede suponer un problema para algunos. Para mí, ninguno. La realidad es suficientemente triste y cruda como para que Harvey Milk no sea el héroe que es. Y a Penn/Milk dan ganas de abrazarlo.
El resto del reparto está entregado. Si Penn se llevó el Óscar, James Franco lo merece también. Es el segundo gran personaje, la pareja eterna del héroe, su conciencia, su escudero. Gus Van Sant recupera su estilo más clásico, el de "El indomable Will Hunting", y lo agradece la historia. Mención aparte merece el prodigioso guión de un jovencito Dustin Lance Black, también galardonado en los Óscars, y la banda sonora de un inspirado Danny Elfman.
miércoles, 18 de septiembre de 2013
El consejero (Il consigliori, Alberto De Martino, 1973)
Entre los dos primeros Padrinos se rodó esta película que, probablemente, se intentaba beneficiar del fenómeno. Pero su condición de contemporánea y su propio valor cinematográfico la elevan por encima de las malas imitaciones. Esta es una película con méritos propios.
Un abogado de la mafia de San Francisco, Anthony (Tomás Milian), sale de la cárcel. Lo recibe Don Antonio (Martin Balsam), jefe de la mafia local. En el trayecto de vuelta le cuenta que quiere abandonar esa vida y llevar una normal, sin presiones ni amenazas. Don Antonio sabe que es difícil y, antes de presionarlo, decide darle un tiempo para pensar. Pero esta decisión enfrenta a Don Antonio con uno de sus encargados, Garófalo (Francisco Rabal). Éste decide empezar una guerra que le convierta en el nuevo capo y para ello utiliza los medios más violentos y expeditivos (bombas, tiroteos indiscriminados, tortura). La escalada de violencia hace volver a Anthony a la acción con un solo objetivo, acabar con Garófalo y restituir a su respetado Don Antonio.
La historia se desarrolla sin prisa pero sin pausa, con una caligrafía perfecta de alguien que domina el cine de género. Hay alguna escena que sobra (la aparición del policía en la comida de bienvenida, el conflicto con el mafioso que se vuelve loco, alguna escena de acción) pero no molestan. Las relaciones entre los personajes están muy bien delimitadas y sus ambiciones y reacciones bien justificadas. Quizás la parte de Sicilia, muy interesante, se resuelve con cierta prisa, por no alargar el metraje, y el acto final se resiente. Pero se cierra con un broche perfecto.
La presencia femenina es testimonial. Apenas vemos esbozados dos personajes femeninos: una novia y una prostituta. Ambas tienen algo en común: están destinadas a quedarse solas. Claro que estamos ante un ejemplo de película de hombres, donde la afectividad se muestra más abierta en las relaciones de amistad entre iguales.
El film es una coproducción italo-española con un presupuesto ajustado, pero suficiente. Tanto Martin Balsam como Francisco Rabal prestan su carisma y buen hacer a los personajes y Tomás Milian (actor de unos cuantos spaguetti-westerns) está correcto, sin más. Entre los secundarios, con rostros duros y marcados, muy veraces, un joven Manolo Zarzo, de matón siciliano.
domingo, 15 de septiembre de 2013
La calle sin nombre (The Street with No Name, William Keighley, 1948)
Película propagandística a mayor gloria del FBI y sus agentes, llegando a interpretarse a sí mismos (muy a la manera de “FBI contra el imperio del crimen”). Y, como un publirreportaje cualquiera, nos hacen un recorrido turístico por los cuarteles generales de la organización federal. También se nos explica el poético título: cualquier calle de los USA puede ser manchada por el crimen, pero el FBI está siempre patrullando... por la calle sin nombre! Y así se nos pasa media película (de apenas hora y media), hasta que se convierte en un policiaco de verdad, basada en una historia sacada de sus archivos. True fact!
Si te lo encuentras, cambia de acera
Un agente, con cara de buenazo, se infiltra en un grupo de atracadores. El jefe es un tipo escurridizo e inteligente (Richard Widmark), aunque tiene sus momentos de enajenación mental. En especial, y como no puede faltar en todo buen noir de la época, una paliza que propina a su pobre esposa.
Al poco tiempo descubren al agente encubierto ya que tienen en nómina a un capitán de la policía. Así que, en vez de matarlo en el acto, lo citan en una fábrica para implicarlo en un atraco y que su muerte parezca un accidente. Este supuestamente inteligente plan sale fatal, por supuesto.
El argumento y desarrollo es muy rutinario; el bueno es demasiado cándido; y lo mejor se lo lleva un Richard Widmark más malo que la tiña, apretando esa mandíbula de demonio que tenía y mostrando su peor sonrisa. Un personaje muy parecido al que interpretó en "El beso de la muerte" (esa famosa película donde tira a una anciana en silla de ruedas por la escalera).
En fin, al menos pretende ser rigurosa en cuanto al trabajo policial, mostrando toda la parafernalia: radios, cadena de mando, estudios de balística, archivos policiales,... J. Edgar Hoover se sintió orgulloso, seguro.
PD: Según la Wikipedia esta película es una consecuencia directa de "La casa de la calle 92" de Henry Hathaway, dirigida unos tres años antes y con una presentación del mismísimo Hoover -sin travestir, suponemos-.
viernes, 13 de septiembre de 2013
El caso O’Hara (The People against O’Hara, John Sturges, 1951)
Limitado relato mezcla de cine negro y película de tribunales, con un arquetípico Spencer Tracy (lo mejor, de lejos, de la película).
En su argumento abundan los lugares comunes: un hombre es detenido, acusado de matar a su jefe por un lingote de oro. Los padres del infortunado no tienen dinero así que acuden a un veterano abogado al que conocen de toda la vida. Éste está intentando superar su alcoholismo alejándose de ese tipo de casos, pero no puede decirles que no a esos sufridos proletarios. Su hija, que se niega a casarse con su novio de toda la vida por estar al lado de su padre, es su mayor apoyo y ve el asunto con preocupación. El abogado cree a su defendido inocente pero no consigue nada frente a un joven y enérgico fiscal, un decidido delincuente y el peso de las pruebas. Así que vuelve a la botella e incluso se compromete más allá de la ética profesional para intentar ganar el juicio...
Su trillado argumento no es ajeno incluso a obras mayores del género, pero no logra en ningún momento implicar al espectador. Hay puntos interesantes que no llegan a desarrollarse del todo pese a su generosa duración (102 minutos es mucho para una película de este género en los 50): la relación con la chica del gángster, su pasado en la guerra (siempre la 2GM planeando), la relación paterno-filial, el carácter multiétnico de los barrios donde se desarrolla la trama, la idea de que el fin justifica los medios, ... Y esto es lo que hace a “El caso O’Hara” un ejemplo menor de cine de género, el poco recorrido de sus propuestas. O elementos chirriantes como la babosa pareja que forman la hija de Tracy y el lacio de su novio.
Así lo más destacable es, de nuevo, el carisma de Tracy, que salva cualquier cosa del naufragio, y el retrato antropológico de la nueva América de posguerra, de una emigración que apenas conoce el idioma y las costumbres del Nuevo Mundo; de una sociedad que arrastra los fantasmas de la guerra y la Gran Depresión.
No terminaré sin mencionar que unos años más tarde Tracy y el director, John Sturges, volvieron a coincidir en esa obra maestra llamada "Conspiración de silencio".
PD: Como no es gran cosa, recomiendo verla en versión doblada, pues aumenta la diversión. Los dobladores hispanos se empeñan en poner acentos a los personajes, así que algunos delincuentes hablan como si fueran gallegos o catalanes. Raro, raro.
jueves, 12 de septiembre de 2013
La ciudad del miedo (City of Fear, Irving Lerner, 1959)
Una extraña propuesta mezcla de cine negro y película de catástrofes. Un convicto escapa de la prisión con un botín explosivo: un cilindro metálico que contiene Cobalto-40, una potente sustancia radioactiva que podría dejar frito a medio estado. El problema es que el ingenuo criminal cree, por alguna extraña razón, que es poseedor de un bote de heroína de la más pura. Esto lo hará millonario y podrá escapar a Cuba. Eso siempre que consiga evitar a la policía y abrir el cilindro, que se le resiste cosa mala.
Así que, salvo un comienzo prometedor, la cosa se convierte en un correcalles entre la policía (que no da una) y el criminal. Una carrera contra el tiempo, a vida o muerte,... que aburre una barbaridad.
"¡Necesitamos más presupuesto!"
Las escenas que ocurren en el centro de control/comisaría no pueden ser más cochambrosas. Una amenaza que puede acabar con una ciudad entera no puede ser dirigido por dos intendentes y un científico. O una flota de coches de policía que vemos siempre en una especie de metraje en bucle (¡proyectado en dos direcciones según convenga!). Llega un momento que la película parece más una barata producción de sci-fi de los cincuenta, que una película -barata- de cine negro. Y los diálogos están en consonancia: palabrería non-sense en el caso de los policías y científicos; jerga de delincuentes típica-tópica en el otro bando. Todo se resuelve tapando al interfecto -radioactivizado debido a la exposición al cilindro- con una manta y colocando encima un cartoncito con el símbolo de la radioactividad (¿!?). Y el científico sólo acierta a decir: “Ahora, pa’ casita, ea”. True fact.
Muy, muy barata, desesperante por momentos pero con un par de puntos de interés: Jerry Goldsmith firma la banda sonora, superior en todo a las imágenes; Lucien Ballard se encarga de la fotografía que brilla en las escenas nocturnas. Y poco más.
martes, 10 de septiembre de 2013
Calle River Street 99 (99 River Street, Phil Karlson, 1953)
Lo primero es una incógnita: tras ver la película volví a repasarla y no encontré ninguna referencia al título en la misma. O se me escapa algo, o es que había un montaje original que sucedía en tal dirección o es un juego de palabras anglosajón.
De todas maneras, la película está jugando al despiste del espectador todo el tiempo: vemos un combate de boxeo para nosequé campeonato con un tal Driscol. Enseguida nos damos cuenta que es una grabación de TV que el propio implicado contempla lamentando su derrota. El antiguo boxeador ahora es un humilde taxista. De lo poco que conserva de su fracasada carrera pugilística está su señora esposa: una decepcionada corista que no esperaba fregar platos. Driscol intenta convencerla de que vendrán tiempos mejores, Pauline no parece tan segura.
Pero la chica, la femme fatale, tiene un plan: un ladrón de joyas que la va a convertir en millonaria rumbo a Río. Y Driscol será su coartada. Parece que el plan se tuerce un poco porque los pilla en pleno besuqueo. Airado, vuelve al bar que frecuenta para ahogar sus penas.
En esto que llega una amiga suya con cara de verdadera angustia. El taxista le pregunta qué le pasa: “He matado a un hombre”. Ambos llegan al lugar del crimen, un teatro donde iba a realizar una prueba. Pero todo se torció cuando intentó aprovecharse de ella y acabó con el productor tirado en un charco de sangre. “No te preocupes, enterraré el cadáver en una zanja que conozco. Hazme caso, hay cosas peores: como que alguien te mate un poco cada día”. (¿!?) Tras esto el cadáver se levanta y el resto de espectadores aparecen: todo ha sido una farsa para que la chica consiguiera el papel. Driscol responde con ira. Esto es la gota que colma el vaso, primero descubre que su mujer se la pega con otro, y ahora le engañan como a un idiota. Sale a golpes de allí.
Políticamente incorrecto
Luego le avisan desde la central que su mujer pide que la recoja en un bar. Esta es una estratagema del novio ladronzuelo para acusarlo. Pero lo que no se huele Pauline es que va a terminar asesinada y con su cadáver colocado en el taxi de Driscol, lo que lo convierte en principal sospechoso. A partir de aquí, tiene que escapar de la policía, detener al ladrón para probar su inocencia, evitar a los prestamistas que van detrás del criminal y enamorarse de la actriz que va a ser su principal aliada. Muy difícil.
Edward Small fue uno de los productores independientes más activos durante los 40 y 50. Siempre trabajó en el otro Hollywood, el de serie B: presupuestos ajustados, rostros poco conocidos pero directores y guionistas entusiastas. Sabía hacer un producto atractivo y morboso, lo suficiente para que no se notara demasiado la modestia de la propuesta.
Este mejunje narrativo de trama sobre trama funciona a medio gas, tiene actuaciones correctas (alguna harto delirante: Evelyn Keyes, que interpreta a la actriz amiga de Driscol, está patética, literalmente), diálogos sentenciosos y un clímax mal apaciguado. Hay escenas meritorias con un evidente atractivo: la escenificación en el teatro, el intento de seducción en el bar del puerto. Y una atmósfera asfixiante: tugurios, tan americanos, llenos de humo y malas compañías. Por supuesto, la violencia y la misoginia son elementos del cocktail. Y mención aparte merece el edulcorado final, un happy ending fuera de lugar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)