miércoles, 18 de septiembre de 2013

El consejero (Il consigliori, Alberto De Martino, 1973)



Entre los dos primeros Padrinos se rodó esta película que, probablemente, se intentaba beneficiar del fenómeno. Pero su condición de contemporánea y su propio valor cinematográfico la elevan por encima de las malas imitaciones. Esta es una película con méritos propios.


Un abogado de la mafia de San Francisco, Anthony (Tomás Milian), sale de la cárcel. Lo recibe Don Antonio (Martin Balsam), jefe de la mafia local. En el trayecto de vuelta le cuenta que quiere abandonar esa vida y llevar una normal, sin presiones ni amenazas. Don Antonio sabe que es difícil y, antes de presionarlo, decide darle un tiempo para pensar. Pero esta decisión enfrenta a Don Antonio con uno de sus encargados, Garófalo (Francisco Rabal). Éste decide empezar una guerra que le convierta en el nuevo capo y para ello utiliza los medios más violentos y expeditivos (bombas, tiroteos indiscriminados, tortura). La escalada de violencia hace volver a Anthony a la acción con un solo objetivo, acabar con Garófalo y restituir a su respetado Don Antonio.

La historia se desarrolla sin prisa pero sin pausa, con una caligrafía perfecta de alguien que domina el cine de género. Hay alguna escena que sobra (la aparición del policía en la comida de bienvenida, el conflicto con el mafioso que se vuelve loco, alguna escena de acción) pero no molestan. Las relaciones entre los personajes están muy bien delimitadas y sus ambiciones y reacciones bien justificadas. Quizás la parte de Sicilia, muy interesante, se resuelve con cierta prisa, por no alargar el metraje, y el acto final se resiente. Pero se cierra con un broche perfecto. 
        La presencia femenina es testimonial. Apenas vemos esbozados dos personajes femeninos: una novia y una prostituta. Ambas tienen algo en común: están destinadas a quedarse solas. Claro que estamos ante un ejemplo de película de hombres, donde la afectividad se muestra más abierta en las relaciones de amistad entre iguales.

El film es una coproducción italo-española con un presupuesto ajustado, pero suficiente. Tanto Martin Balsam como Francisco Rabal prestan su carisma y buen hacer a los personajes y Tomás Milian (actor de unos cuantos spaguetti-westerns) está correcto, sin más. Entre los secundarios, con rostros duros y marcados, muy veraces, un joven Manolo Zarzo, de matón siciliano.

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