Una extraña propuesta mezcla de cine negro y película de catástrofes. Un convicto escapa de la prisión con un botín explosivo: un cilindro metálico que contiene Cobalto-40, una potente sustancia radioactiva que podría dejar frito a medio estado. El problema es que el ingenuo criminal cree, por alguna extraña razón, que es poseedor de un bote de heroína de la más pura. Esto lo hará millonario y podrá escapar a Cuba. Eso siempre que consiga evitar a la policía y abrir el cilindro, que se le resiste cosa mala.
Así que, salvo un comienzo prometedor, la cosa se convierte en un correcalles entre la policía (que no da una) y el criminal. Una carrera contra el tiempo, a vida o muerte,... que aburre una barbaridad.
"¡Necesitamos más presupuesto!"
Las escenas que ocurren en el centro de control/comisaría no pueden ser más cochambrosas. Una amenaza que puede acabar con una ciudad entera no puede ser dirigido por dos intendentes y un científico. O una flota de coches de policía que vemos siempre en una especie de metraje en bucle (¡proyectado en dos direcciones según convenga!). Llega un momento que la película parece más una barata producción de sci-fi de los cincuenta, que una película -barata- de cine negro. Y los diálogos están en consonancia: palabrería non-sense en el caso de los policías y científicos; jerga de delincuentes típica-tópica en el otro bando. Todo se resuelve tapando al interfecto -radioactivizado debido a la exposición al cilindro- con una manta y colocando encima un cartoncito con el símbolo de la radioactividad (¿!?). Y el científico sólo acierta a decir: “Ahora, pa’ casita, ea”. True fact.
Muy, muy barata, desesperante por momentos pero con un par de puntos de interés: Jerry Goldsmith firma la banda sonora, superior en todo a las imágenes; Lucien Ballard se encarga de la fotografía que brilla en las escenas nocturnas. Y poco más.
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